Irán

“Sorry, you need to cover your head”- me informa una de las trabajadoras del aeropuerto tras pasar el control.
Llegar a Irán fue más sencillo de lo que imaginé. Tras un día y medio intentando sacar el visado en Nueva Delhi -la información de la embajada es simplemente pésima- me entero de que es posible conseguir uno a la entrada . 50 euros la broma, pero ya estoy aquí, con un hiyab -o velo- que cubre mi cabeza.
Las primeras palabras que me vienen a la cabeza mientras voy en taxi hacia mi hostel son: represión , miedo , tristeza y control . Aunque desconozco totalmente lo que voy a encontrar, las banderas de color negro que hay por toda la ciudad (se levantan cada mes de diciembre para conmemorar el martirio de Imam Hossein ) no ayudan a que mis primeras impresiones sean mucho más agradables. Por unos minutos pienso: “Quién te ha mandado a esta parte del mundo ?” ¿Qué vas a hacer durante los 15 próximos días? “Esto no es la India bonita, aquí no hay colorines, ni yoga, tampoco hay demasiados mochileros, no va a ser sencillo moverte por el país, estás como una cabra, nena”.
Teherán es una ciudad oscura y fría. Las calles principales están saturadas de tiendas industriales que venden neumáticos, herramientas y luces de neón. Un paraíso para los amantes de la mecánica, pero no precisamente para mí. La gastronomía es una lucha simple entre el kebab y el falafel y, sinceramente, ambos dejan mucho que desear. Los pocos restaurantes que hay –se pueden contar con los dedos de las manos- son fast food y apestan a aceite refrito. El Museo Nacional , que vale unos 7 euros, ofrece cuatro vitrinas con cerámicas y estatuas bastante aburridas. Sí, vale, tienen más de dos mil años de historia, pero nunca me gustó ver piedras tras un cristal.
El tráfico de la ciudad es uno de los peores que he visto jamás y eso que vengo de India . Aquí no hay pasos de peatones que valgan. Arriésgate y sigue tu intuición. Uno, dos, respira y ¡¡¡cruza!!! Tampoco hay cafeterías y, evidentemente, todo lo relacionado con USA está mal visto y completamente prohibido. No hay Mc Donalds , ni Kentackys . Olvídate de la Coca-cola o sustitúyela por Zam- Zam cola.
Después de la Revolución Islámica en el 79 se cerraron las cafeterías, bares y lugares de ocio de la ciudad. Demasiado peligroso que la gente se reúna y hable. A partir de entonces también se prohibió que las mujeres enseñaran el pelo o que las parejas mostraran afecto en público. En otras palabras, la ley iraní establece lo que la gente debe hacer, llevar o decir en público.
El clima es frío y ventoso y, para colmo, mi guest house es horrible. El baño es de estilo indio –un agujero en el suelo- y está afuera de la habitación, con lo cual mi culito se queda helado cada vez que me siento de cuclillas. Facebook , Youtube y la mayoría de periódicos internacionales están también bloqueados . ¿Cómo pasar el tiempo en esta ciudad?
Abrigo, bufanda y paseíto arriba, paseíto abajo. La gente me sonríe y, aunque la mayoría no habla inglés, me da la bienvenida. Descubro que hay varias tiendas de zumos y pruebo el de zanahoria, me encanta. A base de zumitos y sonrisas que alegran mi estancia, paso dos días en esta ciudad que no recomiendo y pongo rumbo a Yazd , situada a unos 600 kilómetros de Teherán .
“Me gustaría saber cuántas mujeres bonitas se esconden tras esos terribles burkas negros ” -pienso mientras viajo en tren. “¿Cómo se reconocen cuando andan por la calle? “ Ellas observan fijamente mi diminuto hiyab y analizan mi cromática vestimenta. Yo miro fijamente los oscuros ojos de esas incógnitas mujeres.
El trayecto en tren es ameno y cómodo. Los trenes en Irán , además de baratísimos, son limpios, confortables y rápidos. Nada que ver con la caos indio. Un relax, vaya.
Yazd es una de las ciudades más antiguas de todo el país. El casco antiguo , con más de 3.000 años de historia, es espectacular. La arquitectura de estilo persa conserva todavía grandes áreas subterráneas, callejuelas peatonales y edificios con patios interiores de ensueño (antiguamente baños públicos). La mezquita principal, o mezquita del viernes , es de color azul, llena de mosaicos y azulejos. ¡Preciosa!
A sólo 60km de la ciudad, cerca del desierto, se encuentra el laberíntico pueblo de Karanaq. Las pequeñísimas casas de barro están deshabitadas, aunque hay todavía objetos que muestran signos de vida no muy lejana. Zapatos, bolsos y guantes olvidados. Oscuras y sucias ventanas de maderas proporcionan un paisaje soleado repleto de montañas desiertas, un contraste espectacular.
El siguiente destino será Isfahan , ciudad universitaria, moderna y cosmopolita. Allí me alojaré, gracias a couchsurfing , en casa de Adel un joven de 26 años que estudia turismo y practica sus habilidades oratorias con viajeros de todo el mundo.
Con un nivel de inglés bastante notable para ser iraní, me ofrece un tour que ni el mejor de los tour operadores. Vamos al puente de Khajou , al 33 brigde , a la plaza Meidan Eman y a la impresionante mezquita Masjed Imam. Me explica la historia de cada uno de los lugares visitados, me da fechas exactas y detalles que ni la Lonely Planet . Aunque toda esta información me parece muy interesante, lo que más me gusta de estar con Adel es ver como vive la juventud iraní. Paso tres noches en su casa, con su novia y sus colegas.
Lo que más me llama la atención es la relación que hay entre los tíos. Cantan Celine Dione, se dan masajes y se bañan juntos. Un poco gay para mi tradicional mente española. Les doy una clase de yoga, cocino una tortilla de patatas y ellos me responden con una sopa iraní a base de maíz. Las mujeres se quitan el hiyab para estar en casa y, sentados todos en la alfombra, jugamos y nos contamos historias. En Irán no hay discotecas, y el alcohol y las drogas , ambos ilegales, son muy difíciles de conseguir. Las fiestas son siempre en casa, con samosas y zam-zam cola. La mayoría de los chavales con los que hablo son agnósticos o ateos , no les va mucho el rollo islámico y se niegan a rezar a Alá. Tienen novias y hablan de sexo, aún sabiendo que eso les puede llevar a la cárcel. Son modernos y rebeldes, aunque a mi me parezcan quinceañeros.
Me despido de este grupo intercambiando Facebook (todos tienen VPN), y me voy a Shiraz , al suroeste del país.
Shiraz es una ciudad cultural, conocida por sus poetas y literatura, por su vino –ahora prohibido- y por sus flores. Allí me espera Iraj , un iraní de 35 años que conocí en Nueva Zelanda.
Como buen embajador de su país me abre las puertas de su casa con una enorme sonrisa y me presenta a su mujer y a sus dos hijos: Atila, un energético niño de 6 años y Elsa, una preciosa bebé de solo una semana de edad. Su mujer, con rasgos europeos y unos enormes ojos verdes, tiene solo 27 años, no habla inglés pero nos comunicamos perfectamente. Es dulce, servicial y encantadora. Me prepara platos tradicionales y me sorprende que el café se beba antes de las comidas. Da igual que la mujer acabe de dar a luz y esté cansada, siempre es ella quien cocina y sirve. Iraj se sienta en el sofá y espera. Le ofrezco mi ayuda pero se niega completamente. Yo soy una invitada.
Como invitados especiales están también el hermano de Iraj, Betrooz y su novia Noese. una pareja súper cool. Él es un gordito divertido que no para de reír mientras come kebabs y samosas y ella es una joven coqueta que presume orgullosa de su nueva nariz.
Al parecer, en Irán es bastante económico hacerse este tipo de cirugías, por unos 400 euros tienes una rinoplastia decente. Por la calle se ven muchísimas mujeres con un esparadrapo en la tocha. Según me cuenta Noese (me parece divertido que su nombre sea algo similar a Nariz), cree que las mujeres en Irán le dan mucha importancia a la cara ya que es el único medio de expresión que tienen. No pueden vestir ajustadas y lucir curvas, tampoco pueden mostrar su pelo, así que lo único que les queda es el maquillaje y las cirugías faciales. Tiene toda la razón, las mujeres iraníes usan un maquillaje excesivo.
La atracción por excelencia de Irán es la gran Persópolis , situada a 70 km de Shiraz . Con todos mis nuevos colegas y el pequeño Atila conducimos a ritmo de música pop iraní a la antigua capital del Imperio Persa .
Este enorme recinto fue el centro de la ciudad fundada por el rey Darío El Grande
en el año 500 AC y dos cientos años después fue conquistada por Alejandro Magno , quien se encargó de quemarla y destruirla, poniendo fin al esplendor del Imperio Persa .
Todavía hoy se puede percibir la grandeza de una civilización con un gusto arquitectónico exquisito y variado. Todos los pueblos sometidos al control persa (egipcios, griegos, medas, asirios y babilonio) dejaron su huella particular en la capital del imperio.
Noese y yo nos hacemos súper colegas y nos sacamos autofotos en plan “soy lo más” entre columnas griegas, mosaicos y relieves de piedra. Pasamos una larga mañana andando entre estas increíbles ruinas y Atila se pone nervioso, necesita comer urgentemente. Disfruto por unos minutos más de las montañas que rodean este milenario espacio y nos vamos al restaurante.
Los iraníes son de las personas más hospitalarias y amigables que me encontrado durante mis viajes. No te dejan pagar ni un céntimo, te acompañan a cualquier lugar, les encanta explicar historias y tradiciones de su país y te hacen sentir como uno más de la familia. Me siento afortunada de pasar tres días con esta familia y disfruto de cada uno de los lugares que me descubren. Jardines, bazares y mezquitas.
Sin duda, la mezquita más impresionante que he visto jamás, por no decir uno de los espacios más espectaculares que he visto en mi vida, es la mezquita de Shah Cheragh , conocida también como Mezquita de los espejos .
El enorme recinto,
con árboles ,
edificios de mármol y azulejos azules,
es también el lugar donde descansa el cuerpo y la tumba de Hafez
, místico y poeta sufí. Hombres y mujeres entran por distintas puertas y, las últimas, deben llevar un burka
o una sábana que cubra completamente el cuerpo. Me despido de Iraj y empieza mi experiencia religiosa.
Con una sábana horrorosa de flores verdes cubro mi cuerpo y me dirijo al interior de la mezquita
. Soy la única occidental con una sábana de color. Todo lo demás son burkas completamente negros que besan el suelo, levantan las manos y cantan a Alá. Tengo sensaciones distintas. Por unos minutos siento desconfianza, por mi cabeza pasan distintas noticias internacionales, pienso en todo lo que el fanatismo islámico
ha hecho y me asombro al ver a todas esas mujeres rezando, agradeciendo o esperando la Salvación. Me siento incómoda. Pero, al mismo tiempo, no puedo dejar de admirar la belleza del interior. Miles de pedacitos de espejos cubren todo el espacio, es resplandecientemente brillante, de una perfección y belleza difícil de explicar con sólo palabras. Camino por la mezquita saboreando y admirando cada pequeño detalle. Mis sensaciones cambian de repente y decido deshacerme de todos los prejuicios que pueda tener. Disfruto de la energía que me rodea. Al fin y al cabo todas las religiones son lo mismo, creer en algo superior, externo. Me siento y cierro los ojos. Doy las gracias por encontrarme allí, sola, en una mezquita iraní. No soy musulmana
ni rezo a Alá
, pero aseguro que disfruto de ese momento y me alimento de todas las oraciones y buenas energías que hay ahí dentro. Me da por pensar que en el equilibrio está la respuesta.
No me gustan las religiones, ni cómo invierten su dinero. No creo en la prohibición ni en el castigo, tampoco en la Salvación. Aunque debo reconocer que no estaría de más dedicar un par de minutos al día a dar las gracias por estar donde estamos, por tener lo que tenemos o simplemente invertir esos minutos a enviar buenas vibraciones. Aquí se pasan el día rezando, pero en otros países hemos olvidado completamente que nuestro planeta es algo maravilloso y, a veces, inexplicable.
Mis minutos en esa mezquita me hacen llegar a una conclusión: No creo en la religión, aunque soy una persona religiosa.







